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  Un deseo

  Llega un momento en la vida en el que no sabes qué hacer. Eso está bien, nadie tiene un manual. Pienso que no está mal equivocarse de vez en cuando, aprender de los errores que nos pasan día a día, pero eso a mis padres no les quedó claro del todo.

  No era una persona problemática… Bueno, tal vez un poco hiperactiva y me metía en líos sin querer, como el hecho de haber escondido el uniforme de quizá la persona más importante para la directora de mi escuela: su hija.

  —¡Blair! —vociferé a todo pulmón con la esperanza de detener la escena que estaba por suceder. La niña en cuestión tenía un recipiente con un líquido verdoso y pretendía echarlo sobre la cabeza de mi amigo Marcel, tomándolo desprevenido.

  —¿Sí? —Giró a verme mientras sonreía. Ella se mostraba tan tranquila que no parecía la misma persona que estaba por molestar a algún inocente de la escuela por enésima vez en lo que iba del año—. Oh. Pero si es Gia. ¿Cómo estás?

  —Deja a Marcel en paz.

  —¿A quién? —preguntó por fin para dejar el recipiente en manos de alguna de sus amigas. Yo señalé a mi amigo con la mirada y ella rio acercándose a mí.

  —Oh, anteojitos.

  Suspiré e intenté calmarme. Marcel había tenido algunos problemas en el pasado y se estaba recuperando gracias a la terapia que llevaba. Personas como Blair no ayudaban en absoluto.

  —Estás a punto de colmar mi paciencia y vas a saber qué es ser avergonzada en público, Blair, lo digo en serio —dije mientras negaba con la cabeza y la señalaba. Ella solo se rio más fuerte y tomó el recipiente para arrojarme el líquido.

  Oh, ella sí que había cruzado la línea.

  Así que esa fue la razón por la cual luego de natación, el uniforme de Blair apareció en el mástil reemplazando nuestra bandera.

  Bien, tal vez sí era un poco problemática, pero fue una buena causa. Esa niña daba por seguro que podía maltratar a cualquiera porque su madre era dueña del colegio.

  ***

  —Gia McKay, voy a llamar a tus padres. Es una falta de respeto hacia mi hija, la bandera y esta honorable institución. No puedes seguir así —sentenció la directora una vez que estuve sentada frente a ella en su oficina.

  —Entonces, ¿se refiere a que su hija puede seguir molestando a quien quiera sin que le den un castigo? —pregunté. Estaba enojada y en este punto no sabía ya si le estaba faltando el respeto o no.

  —¡Si alguien va a castigarla, esa soy yo!

  —¡Pero usted nunca hace nada y yo no voy a esperar sentada a que mi amigo se quite la vida, ¿sabe?! ¡Haga algo!

  —Sí, voy a hacer algo. Voy a llamar a tus padres.

  Y así fue como en una hora, mi madre supo otra versión de la historia, me sacó de la escuela y me gritó mucho en el auto porque por quinta vez me habían suspendido.

  —Te pasaste, esta vez sí que te pasaste de la raya, Gia. ¡No puedo creerlo! —siguió gritando.

  —Ya te dije que ella se lo merecía. Nos molestaba a todos, ¡molestaba a Marcel!

  —¿Y? ¿No podías decírmelo? ¿Eso significa que puedes rebajarte a su nivel haciendo esa tontería? ¡Agradece que solo te suspendieron! Yo que ella te expulsaba de la escuela. Ya iremos a casa y hablarás con tu padre.

  —Ma... No —supliqué y cerré los ojos—. Mira, podemos hacer un trato. No le decimos nada a papá y te prometo que me portaré bien.

  —No, no lo harás. Ya hemos pasado esto varias veces, siempre te cubro, pero acabas de cruzar mi límite. No quiero que te conviertas en una delincuente.

  —Mamá, ¿escuchas lo que dices? No fue para tanto.

  —Sí, perfectamente. Y estoy muy decepcionada de ti. De verdad, confiaba en que aprovecharías esa oportunidad. Te hemos dado todo lo que querías, pero esto se acabó.

  Y por primera vez, vi real decepción en su mirada. Mis labios temblaron y sentí un nudo en la garganta, limpié esa lágrima que empezaba a deslizarse por mi nariz y subí al auto junto a ella.

  Papá se enteraría y la bomba iba a explotar. No había escapatoria.

  ***

  —No puedo creerlo —susurró apoyando los dedos en su frente. Estuvo ahí por unos segundos, dio un golpe seco a la mesa, haciéndome pegar un brinco, y se levantó.

  —Papá, lo siento —hablé bajito sintiendo cómo dolía pronunciar esas palabras.

  —Lo siento… ¿Lo sientes? No lo haces, y es nuestra culpa. Nosotros te malcriamos, pensábamos que era una etapa, pero ya tienes dieciséis años, Gia. ¡Esto se está saliendo de control! —Tomó mi libreta de comportamiento y la lanzó al piso—. Tienes cinco suspensiones en lo que va de estos tres meses y tu mamá no me había dicho nada. ¿Cómo es eso posible? ¿Te parece justo? ¡Es la segunda vez en este año que te cambiamos de colegio!

  Negué con la cabeza y un sollozo brotó de mí impidiéndome hablar.

  —Es la última vez, por favor, papá... —Fue lo único que salió de mí.

  —Lo sé, sé que es la última vez. Yo mismo voy a sacarte de esa escuela. Si deseas comportarte así, lo harás en la escuela pública de Baltimore.

  —¿Qué? —pregunté limpiándome las lágrimas—. ¡No! Por favor, no, ahí está Corinne. Ella me odia.

  —Tu prima no te odia, eso es lo que tú crees, si nunca tratas con ella. De todos modos, no es una pregunta, vas a ir y es mi última palabra. Ahora ve a tu habitación. De ahora en adelante será el lugar que más verás. Se acabaron los viajes y las salidas con amigos.

  Tomé aire y mis labios volvieron a temblar, pero esa vez no volteó a mirarme. Noté que hablaba en serio. Se había acabado.

  —Bien, de todos modos, nunca me prestan atención —espeté y cerré la puerta de la oficina con fuerza para subir llorando a mi habitación. Aseguré la puerta y pateé el pollo de peluche del suelo, que golpeó el cuadro familiar que tenía en la cómoda. Seguido de eso, corrí a mi cama y me puse a llorar.

  Lloré hasta quedarme dormida.

  «Mis padres no se daban cuenta de que éramos tan pobres que lo único que teníamos era dinero.».

  Una hora después, desperté algo desorientada y no pude volver a conciliar el sueño. Eran las tres de la mañana y yo estaba editando el libro.

  Algo que mis padres no sabían era que tenía un libro y escribía por afición. Planeaba contarles cuando terminara de editarlo, pero ahora ambos estaban decepcionados de mí. Muy lista, sí.

  No importaba de todos modos. Sentía que podía escapar sin tener la necesidad de salir de casa y eso me gustaba.

  «—¡Oye, Georgia! —saludó mi prima sacudiendo la mano, entonces me moví rápidamente hacia mi clase de ballet evitando que Shawn me mirara y entré».

  Le di una pequeña repasada al párrafo y no pude concentrarme más, así que decidí escribir un mensaje:

  «¡Hola, amiguitos! ¡Gia aquí! ¿Cómo están? Solo quería comentarles que ya estoy empezando a editar Zion y dentro de poco le enviaré el manuscrito a Hannah... Pero antes le daré otra leída a todo el texto. Que tengan un buen fin de semana, o al menos mejor que el mío».

  Publiqué en mi página y bufé mirando el techo.

  Mi teléfono vibró y tuve la intención de ignorar el mensaje, pero me di cuenta de que era Marcel, así que hice caso.

  Marcel

  Perdón por causarte problemas, Gia ¿Estás bien?

  03:20

  Gia

  Bien no es exactamente la palabra que usaría. Pero las cosas no pueden ir peor, así que no te preocupes. Y te he dicho ochenta veces que digas menos perdón y más gracias

  03:21

  Marcel

  Perdón

  03:21

  Digo… Gracias

  03:21

  Gia

  ¿Tú estás bien?

  03:21

  Marcel

  Sí, no me hizo nada. Además, corren rumores de que la directora ha sacado a Blair de la escuela

  03:22

  Gia

  Bueno. Ya veremos qué sucede. ¿Por qué no duermes? Tienes clases mañana

  03:22

  Marcel

  A eso voy. Quería saber si te metí en problemas. Buenas noches y gracias por ser mi mejor amiga

  03:22

  Gia

  Gracias a ti, Marcel. Te quiero mucho. Buenas noches

  03:22

  Dejé mi teléfono en la mesa de noche como acostumbraba a hacer y me levanté tomando el cuaderno donde anotaba todas mis ideas. Abrí la puerta del balcón, me trepé por el tejado y me senté ahí acomodando mis gafas. Baltimore resultaba bonito por las noches de verano. Una suave brisa movió mi cabello y me recosté.

  —Si tan solo pudiera vivir la vida de Georgia. —Abracé el cuaderno y cerré los ojos.

  Empecé a reír y negué con la cabeza.

  «Por supuesto».

  «Siempre me gustó ver el comportamiento de la gente y reflejarlo en mis escritos, pero nunca noté la gran similitud con lo que me faltaba».

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