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El día que Eva llegó por primera vez a la casa de Harry tuvieron sexo mientras la canción Beggin de Maneskin sonaba de fondo. En la lista de Eva estaba escrito “entregar llaves a Harry en su casa a las dos de la tarde”. Fue la primera vez que no cumplió algo de su lista.

Y entre cada penetración que hacía Harry, el vestido rosa pálido de Eva se iba arrugando, sus ojos observaban la guitarra eléctrica de color negro recostada en la esquina, acompañada por los arrumes de ropa sucia que se encontraba regada en el piso y en la mesa de noche.

Harry la había acorralado y mordido como un león, ella, aunque intentó oponerse a sentarse en la cama, sintió las manos que la empujaron hasta caer al colchón blanco medio tendido con la funda azul que apestaba a perfume cítrico con talco de pies. Aquel joven la besó con una intensidad que le quitó el aliento. Nunca en la estricta vida de Eva un hombre tan fornido, alto y depurador de sensualidad se había lanzado sobre ella para hacerle un baile de penetración que le perturbara todos sus adentros y no le estorbara su ropa.

Todo en la mente de Eva era caos. Una parte de su cuerpo quería volverse hielo derretido, pero otra estaba gritando que apartara a ese hombre y se fuera a casa para terminar el taller que debía entregar al día siguiente.

Pero Harry tomó la decisión de quitarle el vestido, la colocó en cuatro y la sujetó del cabello. Eva sintió cómo le mordisqueaba la nuca, sus ojos se colocaron en blanco y fue cuando su mente dejó de pensar por primera vez y se entregó al placer que estaba sintiendo.

Su vida esa tarde creó un antes y un después.

Antes de Harry, Eva admiraba mucho a Davison, quería que él la notara, así como todos sus logros. Aunque llevaba más de un año que no sabía de él, era lo mejor para su vida; lo mejor es no convertirse en la sombra de un amor que no pudo ser.

Desde que Eva dejó a Davison creó un plan de vida, iba a ingresar a la universidad y lo mejor era ya saber qué sucedería en esos cinco años. En su habitación está un calendario de actividades meticulosamente descrito de su día a día, pequeñas metas que va cumpliendo con el pasar de las horas. Y no está decepcionada de los dos años y medio que ha logrado con satisfacción el cumplir su plan de vida, porque gracias a ello es la mejor de su carrera con un promedio semestral casi perfecto. Sabe que al graduarse podrá mudarse de ciudad y ser la mejor empresaria, así lo ha dispuesto toda su vida.

La rutina de Eva comienza a las cinco y media de la mañana, toma una taza de café mientras escribe frente a su escritorio en la agenda todos los pendientes del día, revisando que no le haga falta los no cumplidos anteriormente. A las seis se va a bañar, después desayuna y sale de su casa hasta la avenida para tomar el bus que la lleva a la universidad. Desde las ocho hasta las dos de la tarde se encuentra en clases. Almuerza con Mariana, Sebastián y Vanesa en la cafetería central. Desde las tres y media de la tarde hasta las seis, estudia en la biblioteca; se puede extender las horas si debe hacer trabajos en grupo. Tacha en su agenda cada pendiente ya culminado con bolígrafo negro, y cada vez que lo hace una sonrisa de satisfacción aparece en su rostro.

Nada altera el estricto horario de Eva. Bueno, nada lo hacía, hasta que llegó Harry a su vida.

Frente a la Andersson Company hay una parada de bus donde Eva todos los viernes en la tarde debe esperar por quince minutos a que llegue su ruta. Al llevar una rutina muy poco cambiante, pudo conocer de lejos a la familia Andersson, los dueños de la compañía de electrodomésticos de lujo más importantes y cotizados del país.

Carlo Andersson, el CEO, un hombre con porte de poder que siempre llegaba en sus variados autos Tesla, por lo cual Eva supuso que no escatimaba en sus lujos, pero intentaba ser algo discreto para no verse extravagante. Siempre estaba acompañado por su asistente y guardia de seguridad. Su esposa era Fernanda Frely, una rubia bien conservada de unos cuarenta y tantos, la rica sofisticada que en su juventud fue modelo que posaba para marcas de lujo como Versace y Dior. Le dio al señor Andersson su segundo hijo, Kevin, un adolescente que a la vista de Eva era un joven malcriado, caprichoso y arrogante, sobre todo porque había sacado todos los tributos físicos de su madre y él sabía perfectamente que esa era su fortaleza. Finalmente, el mayor de los hijos, Harry Andersson, el futuro heredero del imperio Andersson.

Antes de esa noche, Eva estaba segurísima de que Harry nunca la había notado. La distancia era medianamente corta de la banca de la parada de bus hasta la entrada del edificio, pero la clase social creaba mundos completamente diferentes.

Eva estudiaba en la Universidad Andes, la universidad privada más prestigiosa del país donde todos los hijos de los hombres más ricos iban a estudiar. Ella ganó una beca por excelencia académica que le permitió relacionarse con ellos. No ocultaba su estatus social, no lo sentía necesario, además, otros becados como su amiga Vanesa también estudiaban allí. Afortunadamente se habían sabido relacionar dentro del campus y nadie las criticaba por su estatus social. Pero sí que veía que sus compañeros y otros estudiantes como Harry vivían una vida completamente diferente a la suya. Por lo mismo, Eva debía esforzarse más de lo que hacían otras personas para poder ser la mejor y así su beca no peligrara.

—Es una fiesta —insistió Mariana mientras se terminaba de abotonar el pantalón negro ceñido a su cuerpo—. Pueden volver cuando quieran.

Vanesa soltó un resoplido y sumergió su rostro en la almohada, quedando así completamente boca abajo en la cama. Por el lado de Eva, estaba recogiendo sus libros y echándolos en el interior de su bolso negro.

—Sebastián nos va a llevar y también nos traerá —siguió insistiendo Mariana.

—Yo no tengo ropa para salir, mírame cómo estoy vestida… —replicó Eva.

Mariana observó a su amiga de pies a cabeza, iba cambiada con un vestido blanco de tiras, de esos que casi siempre usaba, además de unos zapatos grises bastante sosos para su gusto.

—Medimos lo mismo, así que puedes usar algo mío —sugirió Mariana—. Vanesa ya está lista, sólo debe maquillarse. Vamos… no seas así con nosotras, sólo será esta vez.

Y sí, era la primera ocasión que sus amigas la querían arrastrar a una fiesta, aunque tenían claro que Eva no era de desvelarse por las noches y su diario vivir residía en estar ocupada todo el tiempo.

Pero esa noche, después de haber acabado un largo trabajo para la asignatura de Análisis financiero, Eva decidió acompañar por primera vez a sus amigas a una fiesta que estaba haciendo un amigo de Mariana.

Accedió a que su amiga Mariana, completamente emocionada decidiera buscar la mejor ropa que tuviera en su clóset, porque ese era un acontecimiento que posiblemente no se iba a repetir nunca, según ella.

Una falda negra bastante corta de color blanco, una camisa de mangas largas del mismo color, pero ombligo afuera y unos tacones dorados medianamente altos.

La fiesta se daba en una de las pomposas pero discretas casas en el centro de la ciudad, estaba rodeada por un portón que era cubierto por una planta enredadera, de las típicas que usaban las familias ricas para que nadie que pasara caminando por allí observara su interior.

Era la primera vez que Eva entraba a una de esas casas, además de hacerlo en un auto. Sebastián y Mariana eran hijos de familias de clase media alta, de las cuales tiene más poder su apellido que el verdadero dinero que poseían, sus familias en algún momento fueron muy adineradas, pero la crisis económica y malas decisiones de algunos familiares en la antigüedad hizo que su riqueza fuera decayendo. Pero, aun así, sus padres seguían teniendo el dinero suficiente para que sus hijos estudiaran en la mejor universidad del país y llevar una vida mucho más cómoda del promedio.

En la entrada, al momento de Eva bajar del auto, se vio envuelta en un mundo completamente al habitual que ella conocía.

—¡Por fin llegaron! —escuchó que dijo un joven alto, acuerpado y de piel oscura que se acercaba a ellos con los brazos abiertos.

Lo conocía de lejos, sabía que se llamaba Paulo, el mejor amigo de Harry, eran casi inseparables. Al ver que saludaba a Sebastián y Mariana se enteró en ese momento que era el hijo de los dueños de la casa.

Eva le dio una rápida mirada a la vivienda, diez veces más grande que su casa, con una fuente en forma de esfinge en el jardín y todo un parqueadero grande donde los jóvenes que llegaban a la fiesta estaban parqueando sus lujosos autos.

—Pues nos retrasamos por culpa de una chica que no quería venir —dijo Mariana y volteó a verla.

—¿Y por qué una chica tan linda no querría venir a mi fiesta? —preguntó Paulo.

—Paulo, ella es Eva, una de mis mejores amigas —presentó Mariana.

—Mucho gusto —saludó Paulo.

Eva y el joven se estrecharon las manos.

—Y ya conoces a Vanesa —dijo Sebastián.

—Hola —saludó Vanesa.

Eva notó el rubor en las mejillas de Vanesa, con una piel tan blanca como la de la chica, era bastante evidente cuándo se sentía tímida por algo o en este caso, por alguien.

Entraron a la casa y la cruzaron hasta llegar al patio, donde había una piscina y un jacuzzi, se veían jóvenes bailando en una pista de baile y meseros ofreciendo copas de vino, cocteles y demás bebidas.

Eva se sentó en un mueble blanco y prácticamente se ofreció a ser quien cuidara los bolsos, ya que Sebastián y Mariana comenzaron a bailar casi de inmediato al llegar al patio. Por el lado de Vanesa, estaba bastante concentrada en la conversación que mantenía con Paulo, el cual, por la forma en que la veía, se mostraba bastante cautivado por ella.

Eva admiraba a Vanesa, si bien era una chica becada, con familia de clase media baja

su padre era contador y su madre secretaria

ella no se avergonzaba en lo absoluto. Tenía muy buenas notas en la universidad y estaba dejando en alto a su familia, además por su extrovertida y astuta forma de ser, podía relacionarse con facilidad. Era de talla grande por naturaleza, además de una gran amante de las hamburguesas y su bebida favorita era la Pepsi, así que eso la hacía bien merecedora de varios kilos de más, aunque los sabía presumir con su gran estilo por la moda y era una experta con el maquillaje. Nadie imaginaría que no usaba ropa de marca y más de una chica en la universidad quedaba con la boca abierta cuando la veía haciendo su entrada como toda una potra diosa de la moda.

Y allí estaba, conquistando con éxito a Paulo Nilsson, el heredero de una de las familias más poderosas del país. Por la forma en que acomodaba su largo cabello rubio, Eva sabía que Vanesa había pasado a su fase de coquetería intensa, lo implementaba cuando se sentía segura que la otra persona le correspondería.

Un mesero le ofreció un coctel y ella aceptó, estaba tan concentrada observando a la pareja, haciendo análisis de Paulo y qué tanto podría gustarle Vanessa que no notó cuando a su lado se sentaron.

—Es evidente que se gustan —escuchó a su lado.

Rápidamente volteó a su izquierda y sus ojos se abrieron en gran manera al notar que se trataba de Harry Andersson. Él le desplegó una sonrisa torcida, estaba bastante tranquilo, con su brazo derecho recostado al espaldar del mueble blanco: todo su cuerpo fornido destilaba una seguridad en sí mismo, como si aquel mueble fuera completamente suyo. Llevaba en su mano izquierda un vaso de whisky al cual le dio un sorbo.

Eva notó que el brazo derecho de Harry que estaba recostado al espaldar del mueble se extendía hasta rodear su espalda, como si la abrazara, además que se sentó bastante cerca de ella, cualquiera que los vieran pensarían que son muy amigos o una pareja.

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