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Dios, ¡el mayor matón de la escuela me está protegiendo! Porque soy la única que no se ha tenido intimidad con él.
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Punto de vista de Esperanza

Aparté la mirada de la Srta. Marta y miré por la ventana al enorme y viejo sicomoro que estaba situado justo en el centro del estacionamiento. Sus ramas creaban una magnífica sombra que caía sobre el estacionamiento de la escuela. El suelo estaba adornado con hojas secas y crujientes, de color amarillo y parecidas a las del arce. En ese momento, noté que una de las hojas de la rama más alta se desprendió de su ramita y cayó. Se deslizó poco a poco a través del fino aire otoñal hasta que finalmente tocó el frío suelo. Todavía estaba mirando la hoja muerta y marchita cuando escuché el fuerte estruendo de la campana que sonaba en los silenciosos pasillos.

Sin perder el tiempo, me levanté, recogí mis libros y salí del salón a toda prisa. Pronto llegué a mi casillero, recogí los que necesitaba de allí para las siguientes clases y lo volví a cerrar de golpe para rápidamente caminar hacia la clase de química.

Mientras me abría paso por el pasillo lleno de gente, sentí varios pares de ojos que me miraban con el ceño fruncido, mientras que otros simplemente me ignoraban con indiferencia. Me alegraba que fingieran que yo no existía en lugar de meterse conmigo, lo último que quería era que me molestaran.

De modo que mantuve la cabeza gacha, con los ojos fijos en los azulejos blancos de los pasillos y caminé tímidamente a mi clase.

Yo estaba entre los mejores de la clase y, por supuesto, mis compañeros me dieron el título de nerd. Pero yo no me consideraba una nerd, sólo era una adolescente que no tenía mucho que hacer en casa más que estudiar o leer un libro. La lectura era lo que me mantenía ocupada y me llevaba a partes del mundo que desearía poder visitar algún día, y me refiero a Hogwarts. Sin dudas, los libros me distraían de las cosas que pasaban en mi vida y, por un corto período de tiempo, me hacían experimentar la vida de otros.

Por otra parte, la persona más cercana a un amigo que tuve se fue de la ciudad hace un año. Su padre se había mudado a California por motivos laborales, por lo que ella también tuvo que mudarse allí.

Su nombre es Flora. Ella era como la hermana que nunca tuve. Nuestra amistad comenzó en el jardín de infantes un día en que yo estaba sentada sola en un banco durante la pausa del almuerzo y ella se me acercó y me ofreció comida. No recuerdo mucho de ese día pero a partir de ese momento nos volvimos inseparables. Su lealtad hacia mí se mantuvo fiel durante todos estos años y, aunque pasé por mucho, ella nunca me abandonó. De hecho, todavía la llamaba cada vez que necesitaba a alguien con quien hablar y ella siempre me escuchaba. Siempre estaba ahí para mí, por lo que la consideraba mi mejor amiga.

Los cientos de kilómetros de distancia que nos separaban no podían romper el precioso vínculo que nos unía.

Por supuesto, antes de su partida, intentamos pasar el mayor tiempo posible juntas. Fuimos al centro comercial y pasamos horas allí, aunque sin comprar nada. También hicimos pijamadas que duraron hasta altas horas de la noche, en las que cocinábamos recetas cuyo nombre ni siquiera podíamos pronunciar correctamente y veíamos maratones de películas románticas que nos hacían llorar toda la noche. Y no puedo dejar de mencionar el inmenso esfuerzo que hizo para enseñarme a maquillarme a mí misma, en lo que fracasé estrepitosamente.

El día que me enteré de que se iría de la ciudad me sentí completamente devastada. Ella era todo lo que tenía, era la única amiga que había hecho y debía marcharse. Ni siquiera podía pensar en vagar por los pasillos e ir a clases largas y aburridas sin su compañía. Pero lo peor sería almorzar sola, pues ella todos los días cocinaba algo nuevo y lo traía para el almuerzo. Eso se había convertido en lo nuestro, era especial.

Teníamos tantos recuerdos hermosos juntas que sentí que se estaba llevando a California con ella todos esos fragmentos de momentos increíbles que las dos habíamos creado a lo largo de los años que pasamos juntas y que ahora solo eran nostalgia.

Yo era una chica introvertida, por lo que mezclarme en densas multitudes y hablar con gente nueva nunca fue lo mío. Al contrario, me gustaba quedarme en casa y ponerme al día con una novela o ver un programa de televisión. Como no tenía muchos amigos, nunca pude hacer las cosas habituales de los adolescentes, como ir a grandes fiestas y otras cosas. A decir verdad, no sabía nada sobre diversión e incluso había momentos en los que sentía que me estaba perdiendo de las cosas interesantes de la vida, pero luego mi subconsciente me recordaba que tenía que concentrarme en mi futuro. Así que, por mi timidez, nunca interactuaba con nadie, mucho menos con chicos, y a cambio recibí el mismo trato.

Me consideraba a mí misma una chica sencilla, con el color de cabello más aburrido: marrón oscuro. Y por si fuera poco, mis ojos eran marrón claro, lo más común del mundo. En cuanto a mi vestimenta, prefería usar sudaderas con capucha y ropa que no mostrara la piel porque odiaba ser el centro de atención. Me gustaba pasar desapercibida y dedicarme a lo mío en un rincón tranquilo.

Además, a diferencia de muchas chicas de mi edad, mi autoestima estaba a tres metros de profundidad. Flora siempre trató de aumentar mi confianza en mí misma dándome sermones que duraban horas. Siempre intentó hacerme entender que soy bonita, pero eso es algo de lo que debes darte cuenta tú misma. Nadie puede hacerte sentir hermosa hasta que un día simplemente te despiertas y crees que eres alguien especial y comprendes que la perfección es solo una ilusión.

«Todavía estás esperando ese día, Esperanza» se burló mi mente y no pude evitar estar de acuerdo.

La última vez que hablé con Flora me dijo que ya había hecho un par de amigos allí, lo cual no me sorprendió en absoluto. Ella era completamente extrovertida y, con su aura carismática y su personalidad vivaz, podría hacerse amiga de cualquiera en este mundo, por lo en ocasiones me preguntaba a mí misma por qué me consideraba su mejor amiga. Además, no era normal que la chica famosa de la escuela fuera amiga de la nerd rara.

En cuanto a mí, no tenía amigos, pero eso no me importaba. Me encantaba vivir en mi propia burbuja, entre montones de libros, así que la idea de hacer nuevos amigos no me atraía mucho, menos cuando ya tenía a Flora, con quien todavía hablaba tres veces por semana. No era mucho, pero era suficiente. Ella me conocía y sabía las cosas que habían sucedido en mi vida. En realidad, no tenía el valor de volver a explicarle todo a alguien nuevo y luego ganarme su amistad.

En ese instante, sacudí la cabeza para deshacerme de mis pensamientos, entré a la clase de Química y comencé a escuchar al Sr. Carlos.

Era un anciano con sólo un fino mechón de cabello blanco en su cabeza calva que a veces brillaba bajo la luz y yo no podía evitar sonreír cada vez que sucedía. A diferencia de otras personas mayores, el Sr. Carlos no era gruñón. De hecho, era súper dulce y bastante alegre para su edad. Otra característica de su asombrosa personalidad era que siempre trataba de ayudar a sus alumnos a obtener buenas calificaciones. Sus palabras de aliento siempre funcionaban y sus estudiantes lograban buenas notas. Ojalá hubiera más profesores como él en nuestra escuela y en el mundo.

—Buenos días, chicos. ¿Cómo están? —La voz del anciano era fuerte y educada mientras se abría camino enérgicamente hacia la pizarra. Después de una serie de respuestas, nos dio la espalda y comenzó a garabatear algo en el pizarrón con una fina tiza blanca.

Escribió la palabra electrólisis y, como yo ya había estudiado el tema de antemano, comencé a mirar por la ventana para matar el tiempo.

Al instante, a través del grueso y delicado cristal, vi a un tipo parado a lo lejos, en medio de la cancha de baloncesto, con un teléfono presionado contra su oreja izquierda. Caminaba despacio dándome la espalda, por lo que no pude ver su rostro. Rápidamente comencé a repasar en mi mente las caras que conocía de la escuela, pero no podía asociar ninguna a esa espalda.

«¿Quién eres?» pregunté mentalmente.

En ese instante, como para responder a mi pregunta, el chico se giró ligeramente y vi que no era otro que Hazael Jaime Sean.

Él era el infame chico malo de Liberty High, quien se transfirió aquí el año pasado. Al principio las cosas eran normales. Los primeros días llegaba a la escuela y la gente lo miraba boquiabierto, pero él los ignoraba hasta el final de la jornada. Todos, en especial las chicas, intentaban hablar con él y tenerlo como amigo, pero Hazael simplemente les lanzaba una mirada helada y todos retrocedían.

Después de una semana, las cosas empezaron a cambiar. Los chicos de los equipos de deportes y los populares intentaron molestarlo; sin embargo, Hazael solo hacía oídos sordos y pasaba de largo. Pero un día un grupo del equipo de fútbol lo arrinconó en el pasillo y comenzó a burlarse de él. Cada alumno, cuando escuchó el rumor, fue a ver lo que ocurría y pronto una gran multitud se reunió a su alrededor.

Nuevamente, Hazael los ignoró y trató de alejarse, pero no se lo permitieron. Miguel, un chico del equipo de fútbol, ​​le dijo algo y lo siguiente que recuerdo fue que Hazael se abalanzó sobre él y le dio un puñetazo directo en la cara. Lo golpeó una y otra vez con fuerza, siempre en el rostro. En solo unos segundos, Miguel estaba hecho un desastre, pero Hazael no se detuvo.

Supongo que Miguel le dijo algo extremadamente malo a Hazael para enfurecerlo tanto y tan rápido.

Por supuesto, nadie se atrevió a interponerse entre ellos; al contrario, la gente se limitó a observar la horrible escena. Estaban viendo un lado totalmente diferente de Hazael, uno despiadado.

La pelea terminó recién cuando el director salió al pasillo y, al darse cuenta de lo que ocurría, apartó a Hazael. Miguel resultó gravemente herido mientras que Hazael ni siquiera tenía un rasguño, solo algunas marcas en los nudillos.

A pesar de todo, el único castigo que recibió Hazael fue una suspensión de una semana. Desde entonces todo el mundo se mantuvo alejado de él, incluso los chicos de los equipos de deportes.

Además, Hazael tenía un aura oscura que lo envolvía y que atraía a las chicas y mantenía alejados a los chicos. Sin embargo, nunca interactuaba con nadie y siempre estaba en silencio. Lo máximo que habló fueron una o dos palabras con algún profesor. Las chicas no podían evitar desmayarse ante él, pero él casi nunca les prestaba atención, ni siquiera parpadeaba en su dirección. Todo lo que hacía era ocuparse de sus propios asuntos, que eran garabatear cosas en su cuaderno durante la clase. Los estudiantes asumieron que era gay ya que nunca lo habían visto con una chica y ni siquiera las miraba, sin importar las horas que pasaran por la mañana arreglándose para lucir hermosas. Era como si fuera inmune a la atención, ninguna chica lograba impresionarlo. Ninguna.

En ese momento, mientras él caminaba por la cancha de baloncesto, observé su ropa. Llevaba una camisa negra con una chaqueta negra encima, jeans rotos negros y zapatillas deportivas blancas y negras. Su vestimenta era completamente negra y le quedaba perfecto. Pero lo que más se destacaba era esa fina cadena de metal en su cuello que brillaba intensamente bajo los cálidos rayos del sol. Aquello rápidamente llamó mi atención.

No pude evitar mirarlo más tiempo del que deseaba. Si bien lo había visto por la escuela, nunca le había prestado atención.

De pronto, lo vi pasar sus dedos por su espeso cabello marrón barro en un gesto de frustración y noté que un ceño fruncido se dibujaba en su rostro.

En el segundo siguiente, se dio la vuelta y, en ese instante, su mirada se encontró con la mía. Me miró fijamente durante un milisegundo y luego entrecerró los ojos mientras continuábamos mirándonos el uno al otro. Se encontraba lejos de mí así que no podía ver el color de sus ojos, pero definitivamente podía sentirlos quemándome el rostro como un fuego intenso. A decir verdad, no quería estar en su radar, así que aparté la mirada de él, rompiendo nuestro contacto visual, y dejé escapar un suspiro de alivio.

Los rumores decían que Hazael estaba en alguna pandilla, ya que algunos afirmaban que lo habían visto portando un arma y amenazando a la gente. Además, sus manos a menudo estaban cubiertas de moretones o envueltas en cinta blanca. Por otra parte, tampoco asistía regularmente a la escuela, lo que confirmaba aún más la teoría. La gente en la escuela le temía, en especial después de la paliza que le dio a Miguel. Ese incidente le hizo ganarse una reputación, por lo que los alumnos intentaban no cruzarse en su camino. Después de un par de peleas más en la escuela, se volvió aún más intimidante. La gente continuó divulgando rumores, pero sólo Javier sabía la verdad sobre él.

Javier era un chico rubio con un hermoso par de ojos verde hierba. Medía casi un metro noventa de altura y tenía un cuerpo musculoso. Era dulce, todo lo opuesto a Hazael, y lo rodeaba una energía que te hacía sentir cómodo a su lado. A todos les gustaba hablar con él, pero cuando Hazael estaba cerca, lo evitaban como a una plaga mortal. De hecho, era la sombra de Hazael, por lo que la gente apenas podía interactuar con él.

Finalmente, la clase terminó con el estridente sonido de la campana que resonaba en toda la escuela.

El Sr. Carlos anunció que habría una prueba el lunes y, de inmediato, todos se quejaron excepto yo. Ya había estudiado el tema sólo porque quería terminar la novela que estaba leyendo actualmente.

En ese momento, apilé mis apuntes y mi carpeta uno encima del otro, me levanté y salí corriendo del aula hacia el mar de gente que abarrotaba el pasillo.

Tenía muchos papeles en la mano y tenía miedo de que se cayeran, así que me puse a ordenarlos en mi carpeta. Mientras hacía eso, sentí la fuerte vibración de mi celular en mi bolsillo trasero. De inmediato, equilibré las hojas y la carpeta en una mano, luego metí la otra en mi bolsillo trasero y saqué mi teléfono.

Sin perder el tiempo, miré la pantalla y vi mensajes de mamá. No pude evitar que una punzada de preocupación invadiera mi corazón. Solo esperaba que todo estuviera bien. Sin embargo, intentar leer los mensajes mientras caminaba no era la mejor idea, porque no tenía idea de hacia dónde me dirigía.

De repente, choqué contra alguien y retrocedí ante el impacto. Pero en lugar de encontrarme con el frío y duro suelo, sentí que unos brazos rodeaban mi cintura y me salvaban de la caída. Al levantar la vista me encontré con un par de ojos azules brillantes, como un mar caribeño, que me devolvían la mirada.

«Sus ojos son tan hermosos de cerca» exclamó mi subconsciente con asombro mientras miraba a Hazael. Al estar tan cerca de él, me di cuenta de lo blanca y clara que era su piel. Su mandíbula definida parecía tallada y capaz de atravesar cualquier cosa. Y sus ojos eran de un tono azul que nunca antes había visto. Eran azul profundo, como las aguas del océano.

Aquel par de orbes me miraba intensamente como si estuviera buscando algo. Pero de pronto parpadeó y desvió la mirada. Luego se aclaró la garganta y dio un paso atrás. Pronto, su agarre en mi cintura se aflojó y me soltó, mientras yo miraba a mi alrededor.

Sus manos eran cálidas y cuando las quitó, extrañé ese calor que me transmitieron. Curiosamente, yo siempre estaba fría. Mi cuerpo funcionaba correctamente, pero mi piel estaba muy fría y nunca entendí por qué.

En ese momento, bajé la vista y vi todos los papeles esparcidos por el suelo. Jadeé ligeramente y de inmediato me incliné para juntarlos.

Había muchas hojas en el piso y la gente que pasaba por el pasillo simplemente caminaba sobre ellas, sin verlas. Ante esa escena, no pude evitar soltar un quejido por lo ciegos que eran y traté de aumentar la velocidad para levantar los papeles lo más rápido posible. Cuando terminé de recoger todas las hojas de un lado, me giré para agarrar las del otro, pero me encontré con una mano extendida con todos mis papeles y mi vieja y delicada carpeta rosa.

Al instante, miré a Hazael que estaba agachado frente a mí y me encontré con sus ojos que me miraban fijamente. Su mirada se sentía como un rayo gamma que me penetraba y me sentí incómoda por la forma en que me observaba, así que no pude evitar sentirme nerviosa cuando miré la mano que me extendía.

«Gracias a Dios, ahora no tendré pisadas en esas hojas como en las demás» me recordó mi subconsciente.

Luego de entregarme mis apuntes, se puso de pie. De inmediato, puse todos los papeles en mi carpeta sin ningún orden y la abracé con fuerza contra mi pecho.

Finalmente, me levanté mientras miraba a Hazael, quien literalmente se elevaba sobre mí. Yo medía un metro setenta y cinco, pero Hazael debía rondar el metro noventa. En ese momento, me observó fríamente y estaba a punto de alejarse cuando lo bloqueé.

Al instante, una expresión de puro fastidio apareció en su rostro y su mirada se clavó intensamente en mí. Aquello fue suficiente para hacer que mi corazón se acelerara y mis manos se pusieran húmedas por el nerviosismo. Después de armarme de valor, dije: —Gracias por recoger los papeles y perdón por el choque. Estaba distraída leyen...

—La próxima vez mira por dónde vas —me interrumpió—. Tal vez así nadie tenga que salvar tu lamentable trasero y recoger tus malditos papeles —comentó con rudeza. Sus palabras me dolieron, pero antes de darme cuenta le respondí.

—¿Perdón? —exclamé tímidamente mientras le devolvía la mirada. Por su parte, él arqueó una de sus cejas hacia mí.

—Me escuchaste —afirmó y apretó los dientes.

—Si yo no estaba prestando atención, entonces tú podrías haberte dado cuenta y evitado chocar conmigo —contesté. Aquello fue lo máximo que jamás había hablado con un extraño, en especial con un niño, pero no me había gustado la forma en que me habló. Me estaba echando toda la culpa y era injusto. Quería que supiera que podía defenderme, pero mi voz me traicionó porque mis palabras salieron de mi boca bajas y débiles, en realidad no creo que me haya escuchado.

«Eso es lo que soy, una débil» pensé.

—Como sea —bufó sin más, por lo que creo que ni siquiera me oyó. Después de darme una última mirada, se alejó sin mirar atrás. Yo sacudí la cabeza ante su frialdad y fui a mi siguiente clase.

Esa fue mi primera interacción con el chico malo de la escuela y luego de dar unos pocos pasos ya me estaba arrepintiendo. Era tan... malo y frío. No era de extrañar que la gente se mantuviera alejada de él.

El resto de las clases pasaron rápido y pronto terminó la jornada. Por suerte, no vi a Hazael durante el resto del día y me alegré por ello. Finalmente, antes de volver a casa, fui a mi casillero y cambié mis libros por aquellos que sabía que necesitaría. Luego lo cerré y emprendí mi viaje de regreso a mi hogar.

A decir verdad, prefería caminar. No es que tuviera coche ni nada para desplazarme, pero me gustaba volver caminando porque me daba tiempo para reflexionar sobre el desastre que era mi vida.

A principios de este año mis padres se divorciaron. La noticia me sacudió hasta lo más profundo y rompió algo dentro de mí. Pero no me sorprendió porque en el fondo siempre lo vi venir. Sin embargo, escucharlo en voz alta me dio un mini infarto.

Unos años antes de su separación, mis padres empezaron a pelear mucho. Primero fue un día aislado y al poco tiempo se convirtió en algo habitual, hasta el punto de que no pasaba un solo día sin que discutieran por las cosas más nimias, a veces era absurdo. Los oía gritarse el uno al otro y al principio todo me parecía extraño, pero con los años terminé por acostumbrarme.

Debo decir que los fines de semana eran los peores. Estábamos los tres juntos en casa y mis padres se peleaban aún más. Ellos creían que no los escuchaba, pero sí lo hacía pues siempre se gritaban. De modo que las largas y continuas peleas pronto se convirtieron en un divorcio.

M familia no era rica y esa era una de las razones por las que mis padres discutían. Siempre estaban peleando por dinero, sin entender cómo esas disputas me afectaban. De hecho, el ambiente tóxico a veces era demasiado para mí. La situación continuó durante un largo tiempo hasta que mi papá encontró otra mujer y solicitó el divorcio para estar con ella. Yo no conocía a esa mujer, pero sí sabía que tenía dinero.

Cuando se enteró, la expresión en el rostro de mi mamá era desgarradora. La angustia se convirtió en un martirio para ella y yo también podía sentir su dolor. No estaba en sus planes separarse de alguien a quien amaba de verdad. Sin dudas fue devastador, pero ella sabía que el drástico cambio de comportamiento de papá nos estaba afectando, así que en un abrir y cerrar de ojos firmó el divorcio. Sé que lo hizo porque no quería que sus peleas diarias me afectaran, pero lo que no sabía era que el daño ya estaba hecho.

Desde hace tiempo tenía miedo de que me gritaran a mí y constantemente me invadía un temor de que su ira resultara en algo que pudiera lastimarme. Temía que me maltrataran.

Después unos minutos de caminar, apareció ante mi vista una pequeña casa antigua de dos pisos, de ladrillos rojos. Rápidamente abrí la puerta y entré.

Este lugar era mi hogar. Tenía tres dormitorios pequeños y dos baños. No era grande pero era suficiente para nosotras dos.

Pronto entré a la cocina, abrí el refrigerador en busca de algo para comer y, al instante, mis ojos se posaron en un plato lleno de espaguetis. Sin perder el tiempo, lo saqué y lo metí en el viejo microondas que lo calentó a medias. Sin dudas, ese aparato necesitaba una reparación.

Finalmente, saqué los espaguetis y comí en silencio. Cuando me sacié de comida, subí a mi habitación.

Mi cuarto era sencillo. Las paredes eran blancas, lisas y algo deterioradas, y solo había dos fotos colgadas. Una era mía, de cuando tenía 5 años, con toda la boca manchada de chocolate. Desde pequeña me encantaban los chocolates, pero no los comía mucho. La otra era una foto familiar que un extraño tomó cuando fuimos todos a un parque. Yo tenía tres años y papá me llevaba en brazos, mientras mamá se apoyaba en nosotros. Todos sonreíamos felices... Esa foto me encantaba, era hermosa y me recordaba los buenos momentos que había vivido con mis padres.

Cerca de la ventana había una mesa de estudio de una madera débil, pero que aguantaba mi pila de libros y bolígrafos. En el centro de la habitación estaba mi cama antigua y oxidada, y a la derecha había un vestidor con un baño adjunto. A diferencia de la mayoría de las chicas, mi cuarto no era la típica habitación femenina. No tenía las paredes pintadas con colores extravagantes ni fotografías Polaroid colgadas en ellas. Tampoco tenía maquillaje ni un armario lleno de ropa.

Rápidamente, agarré la novela que estaba leyendo la otra noche, tiré mis zapatos en algún rincón de la habitación y me desplomé en mi cama. Decidida a terminar de leer el libro esa misma noche, retomé la lectura.

Después de unas horas, me empezaron a doler los ojos y me quedé dormida. Cuando desperté ya era de noche y me puse a hacer mis tareas hasta que mi estómago empezó a hacer ruido, así que bajé a comer.

La casa estaba en silencio, lo que significaba que mamá aún no había llegado. No pude evitar suspirar con tristeza al pensar en ello.

Mi mamá era enfermera, por lo que no estaba en casa la mayor parte del tiempo. De hecho, era muy raro que estuviera, pues trabajaba en dos hospitales distintos para poder satisfacer nuestras necesidades financieras y ahorrar dinero para que yo fuera a la universidad. Yo estaba segura de que conseguiría una beca, pero como ella era una persona precavida, ahorraba de todas formas.

En ese momento, me preparé unos sándwiches y me los comí antes de regresar a mi habitación.

Poco después, me encontrada acostada en la cama mirando al techo cuando mis pensamientos se dirigieron a esos fascinantes ojos azules.

Hazael me intrigaba. Era misterioso y, sin dudas, alguien con quien uno no debería hablar o, en mi caso, ni siquiera mirar. Todos sabían que era malo, pero yo no creía en los rumores de la escuela porque sabía que no debía juzgar a alguien por opiniones estúpidas. La mayoría de las veces, los juicios de la gente eran incorrectos.

De pronto, mis ojos se cerraron lentamente cuando el sueño me invadió, pero los pensamientos sobre Hazael todavía daban vueltas en mi mente.

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